La Ciudad Ficticia

Shangri-La, está situada bajo un entorno fascinante, lleno de preciosos valles y gigantescas montañas, que no son más que la antesala al Himalaya, pero lo más importante es que goza de un legado budista impactante con todos sus antiguos monasterios de origen tibetano que lo vuelve un paraíso y que posee el monasterio tibetano más importante del suroeste de China con sus más de 600 monjes en activo construido hace 300 años.

La gente habla en diferentes etnias tibetanas y el chino tradicional y simplificado; son muy amables, tranquilos, sonríen todo el tiempo y las mujeres son las fuertes de la familia.  Es una delicia pasearse por sus calles empedradas y sus construcciones de madera de tienda en tienda –que por cierto los letreros de las tiendas y locales están escritos en mandarín o tibetano–; y contemplar los bailes tradicionales tibetanos –que llevan por nombre Sifang Jie– en la plaza del pueblo, con sus coloridos vestidos y sus cantos únicos.

Es un lugar donde se respira paz y poco importa el tiempo, donde la gente local va con sus trajes tradicionales y con sus típicos banderines con plegarias de colores, y que por la mañana acuden al templo situado en lo alto de una colina a rezar sus oraciones. Muy auténtico porque no lo hacen como una atracción turística sino porque así lo deben haber hecho durante años y lo siguen haciendo. 

En época de invierno cubren sus árboles con una malla para que el hielo no queme sus ramas.  Al final nos hemos quedado atrapados por el encanto de este lugar y hoy por hoy lo recuerdo con mucha nostalgia, alegría y placer.

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